En las doradas arenas de medanos peregrinos, cabalgaba una amazona en su caballo morisco. Es ella, dúctil gaviota, con sus alas sin destino, y yo, jinete del cielo, con el galope sumiso por ese azul misterioso que me arrebata un suspiro, y aviva las esperanzas donde el campo no era trigo. Marchose con su corcel, inusitado espejismo, y a grito desesperado con el tiempo como abrigo, como tantos otros sueños se marchita en el delirio de la pena del que no ama ni entenderá porque ha sido.
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